Ocurre que la mente se divierte con muy poco, con un juego de palabras, una visión pasajera. Ocurre que el cuerpo necesita menos, pero a la vez más: un poco de contacto, la descarga de un impulso, un movimiento invisible que solo se perciba internamente.
Ocurre que no somos ni uno ni el otro, ni tampoco ambos. No hay tal dualidad, tal oposición. Ocurre que el cuerpo es también quien se entretiene con la visión pasajera; que la mente necesita la descarga, que disfruta el movimiento invisible, el contacto; que el cuerpo busca un poco y se estremece ante la cálida belleza del lenguaje.
Por eso, quizá, escribir libera, al menos, aparentemente, el cuerpo. Por eso el ejercicio despeja la mente. Parecerían soluciones cruzadas, pero, no: no hay opuestos; no hay, por lo tanto, soluciones aplicables a uno O al otro.
Es ese UNO el que pide, rechaza, atrae, olvida, extraña. Y qué curioso, entonces, qué pueda sentir tanto, tan contradictorio.
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