lunes, 16 de marzo de 2009

El juego.

Mabel se sienta en una calesita. Busca al león, que fue su favorito de pequeña, se prepara como si fuera a dar el salto de su vida, mete sus largos dedos en las ranuras de plástico pegadas a la melena, y respira profundo cuando siente que el juego empieza a andar.
Mabel está sentada y gira y gira, y se marea, pero sigue ahí, inmutable, manteniendo la postura y compartiendo la quietud de su león. Ya de chica, ella decía que había algo sobre él que la tranquilizaba, algo que le daba serenidad. Eso necesita ella, ahora: serenidad. Necesita que le digan que todo va a estar bien. Que todo mejora. Quiere que alguien se le acerque y que intente hablar con ella, pero el juego gira y gira y aunque ella no se mueve, gira igual. Lo que pasa a su lado ya no le interesa, y lo que pasa fuera de su calesita no es más que una mancha borrosa de la realidad ajena. Reconoce algunas voces, algunas risas, y tal vez, solo tal vez, le gustaría acercarse a ellas...
Pero subida a su león fijo, gastado, de ojos seguros y pintura corroída, no ve manera de bajarse de la vuelta. Por eso intenta disfrutar aunque su mundo gira y gira, y se sonríe cuando piensa que si bien está en constante movimiento, nunca avanza, nunca llega a ningún lado.
Cuántas veces fantaseó con encontrarse en el camino a algún valiente que demorara su paso solo para verla, o con distinguir a lo lejos un hombre que frenara con sus brazos esa rueda eterna en la que se veía. De todas formas, perdió las esperanzas de que algo así pase. Ya no lo espera, pero siempre se es libre de soñar, y por eso, Mabel sueña.
A veces cree que sueña demasiado. Su vida está basada más que nada en esos sueños, ella lo sabe bien, por eso siempre quiere soñar más. No hay ningún peligro, ella es totalmente consciente de que eso no es real. Sabe que en algún momento tendría que terminarse. Dar un paso al frente, seguir adelante.
Sí, ya sería tiempo de seguir adelante. Tiene que bajarse del juego y enfrentar aquella mancha borrosa que nunca vio claramente. Tiene que pararse y dejar a su león, que nunca fue de ella, adonde pertenece, porque esa parte suya no puede acompañarla. Tiene que decidir, y ser por una vez, real. Tiene que seguir moviéndose, pero para avanzar. Sí, empezando ahora...

Mabel nunca notó la calesita detenerse, no vio al resto de la gente bajar, ni vio a otros subir...
Se quedó a la siguiente vuelta, y a la otra, y a la otra, y todavía sigue ahí, subida a aquel león que lentamente se hace polvo, mientras su calesita gira y gira...

Haber amado un pez dorado

Va a olvidarte vos no Entro a ver qué dejé de mí en este espacio. Borradores. 100 notas en pausa, modelos discontinuos, ideas de una crea...