jueves, 30 de diciembre de 2010

Contemplativa.

Escribo como digo,
Pausado, torpe, inadecuada,
Con una idea enorme en la garganta
Que no termina nunca de salir.
Contradictoria, pero razonable,
Estéticamente estructurada,
Esclava de mi mente, de mis mundos,
Consternada. Repetitiva.
Ensayando para cuando decida
Liberarme,
O simplemente aceptar mis propias cadenas y
Usarlas.
No puedo evitar mi orden, mis reglas auto impuestas.
No sé quebrar reglamentos o leyes que llevo dentro.
¿Me romperé al rebelarme?
¿Me romperé al revelarme?
No es posible,
No hay manera;
Hoy estoy contemplativa,
Y eso de ponerle el cuerpo a las preguntas
Ni me sale sin pensar, ni me convence.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Reloj.

Termina, ya se termina
siga derecho nomás
las agujas van solas.
No se preocupe
no hace falta que haga
nada.
Duerma, si quiere
mire, mírelas girar
girar otra vez.
Son dos minutos nomás, no se desespere,
acá nadie apura.
Hay tiempo para otra
sonrisa, para otro recuerdo.
Un ceño fruncido, por qué no.
Alguna arruga nueva;
La muñeca marcada,
ya viene
es un segundo más,
y se termina.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Desapasionadamente.

Soy la forma más exacta
Del patrón más imperfecto
Soy la vida sin matices,
Soy el camino marcado.

Casual como una mentira,
Como un sueño y como un mundo,
Como un fuego centelleando
Desapasionadamente.

Tal cual nombre sin origen,
O juego sin reglamento,
O pilar que no sostiene,
O diosa que no perdona,

Cada cosa que percibo
Me es efímera y ajena,
Miserable, intrascendente,
Despreciable, accesoria.

Así es como yo me aparto
Del placer que no conozco
Del deseo y la lujuria
De vivir más plenamente.

Así es como yo me escondo
Cómo logro escabullirme,
De las ganas de expresarme y
No saber cómo decirlo;

De probar nuevas opciones
Que no pueden convencerme,
De no estar nunca del todo
Suficientemente cerca.

Soy la forma más exacta
De esquivarme sin recelo.
Soy la sombra del camino
Que no llegó a ningún lado.

Soy la que dice y no dice,
La que intenta que la escuches,
La que habló de sincerarse
Y al final no dijo nada.

Soy casual como la vida,
Tan efímera y ajena;
Era el fuego, y ahora, ardo,
Desapasionadamente.

jueves, 28 de octubre de 2010

Desde una grieta.

Las palabras, para conseguir que les reconozcan algún valor, tienen que encontrar su lugar. ¿Su lugar en dónde, sería la pregunta? Bueno, he aquí el problema. ¿Su lugar en dónde?
Es por esto que encontramos, creo yo, tan pocas palabras valiosas últimamente; porque nadie sabe adónde deberían ir, ni adónde dejarlas, o en dónde deberían estar...
La meta del escritor sería, supuestamente, encontrar ese determinado espacio para sus palabras en el medio de esta inmensa marea de frases y más frases, de sentimientos que buscan palabras y palabras que buscan sentimiento, o precisión, o sentido, por qué no.
Andaba pensando en esto justamente el otro día, tirando frases al aire, viendo si alguna caía haciéndose un lugar en esa atmósfera tensa que se forma últimamente cuando estamos a solas mi conciencia y yo (venimos discutiendo acaloradamente, temo una separación), o tal vez no en ese mismo momento ni en ese mismo lugar; en un papel, sería maravilloso que las frases que uno le entrega al aire aterricen suavemente en un papel, revisada la calidad y corregida la ortografía.

Yo no sé adónde van mis palabras; no sé adónde deberían ir. No sé si deberían ir, siquiera, porque quizás deberían quedarse, o irse y volver, o irse y quedarse, o irse y quedarse al mismo tiempo. Quién sabe.
Ambivalencia. Esa es mi palabra favorita. Cultismo. Latina. 12 letras (coincidencia nomás). "Estado, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos; como el amor y el odio, ó condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas. Del prefijo ambi, que significa 'a uno y otro lado' y del sufijo valente, que significa 'que posee una determinada valencia'".
La ambivalencia, siempre creí, debe dejar una huella pendular en uno, un surco que con cada vaivén se profundiza. No deja de moverse nunca, no para a preguntarse si su balanceo es el correcto, solo se mueve. Y como llega a ambos extremos, sabe que en algún momento se va a equivocar, pero en otro va a estar orientado correctamente.
Si tan solo me permitiera esperar hasta que el péndulo llegue al otro lado...

Pero no. Yo quiero dos lados correctos. ¿Y por qué no puedo tenerlos? ¿Por qué si uno está bien, el otro tiene que estar mal? La dualidad es sencillísima, pero es tan, tan irreal...

Yo nunca sé para dónde van a irse mis pensamientos, tiene sentido que mis palabras compartan el mismo destino. No sé si quedarán acá, estancadas, no sé si ya estarán viajando; generalmente se hacen un lugar adónde pueden, si no en los otros, en mí -aunque suelo ser una suerte de último recurso-, o se deslizan por las grietas de alguna frase anterior y ajena que las apañe. Y ahí se quedan, quietas y mudas, esperando a que a un aventurero se le ocurra revolver más allá de los clásicos; a que, 170 años después, algún político decida que a su campaña le falta lírica; a que un turista accidental se las lleve a su lugar de origen, lejos, tan lejos como sea posible, donde el ambiente, mágicamente espacioso, tenga lugar para todos.

O por lo menos tenga grietas más amplias.

domingo, 2 de mayo de 2010

Esclavitud adueñada.

Hay verdades y verdades. Verdades extraordinarias, verdades injustas, verdades a medias que casi ni llegan a ser verdades; verdades curiosas, verdades celosas, verdades que nadie quiere conocer y verdades que todos anhelan y buscan. Verdades fantásticas, de una naturaleza casi milagrosa -para los que son creyentes, claro-, y verdades terribles.
Algunas verdades, más ciertas que otras, nos marcan sin mucho qué hacer al respecto. Nos chocan, nos tocan, nos penetran con su irrefutable realidad; nos enfrentan duramente a nosotros mismos -en esos maravillosos y a la vez terribles momentos en los que parecemos ser un millón de emociones fantasmas arremolinadas en un solo cuerpo- y, generalmente, consiguen que las escuchemos, muy a nuestro pesar. No hay mucho que se pueda hacer contra la(s) verdad(es). ¿Cuál es el sentido? ¿No decimos siempre que es mejor saber la verdad, aunque lastime?

...Pero también hay mentiras y mentiras. Hay mentiras increíbles -en ambos sentidos-, mentiras injustas y justas, mentiras a medias -que a nadie le importan-, mentiras piadosas o blancas, mentiras con poco futuro. Mentiras fantásticas, de una calidad realmente magnífica -que, lógicamente, cuestan muchísimo más trabajo que la verdad-, y mentiras terribles.
Algunas mentiras, más fuertes que otras, nos marcan sin mucho qué hacer al respecto. Las mentiras no chocan hasta ser descubiertas, puesto que eso iría en contra de todo lo que plantean. Mientras tanto nos tocan, nos conquistan, nos envuelven con la seductora -tan irremediablemente seductora- posibilidad de que algo que tememos sea solo una ilusión, que es, curiosamente, a lo que nos entregamos para evitar esa misma certeza.

...Hay verdades y mentiras que elegimos conservar. Otras, mientras más queramos olvidarlas, más se fijan a nosotros. Por eso no le veo sentido a olvidar.
Solemos decir que la verdad es fría, y tal vez sea cierto. Tal vez la mentira es un acto más apasionado -lo cual tendría sentido en nuestro entendimiento de la pasión, a la que por alguna razón condenamos sin mucha reflexión a ser tortuosa y sufrida-, y tal vez la verdad sea la decisión más prudente de las dos, pero hay veces que no entiendo el sentido ni de una ni de la otra.
Si seremos hipócritas, ¿eh? ¿O acaso no elegimos las verdades que compartimos y mentimos cuando una de ellas no nos favorece? Nadie es completamente honesto, ¿por qué habríamos de serlo? ¿Hay algo que nos obligue a contar todo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿No puedo yo, y cualquier otro, elegir lo que comparto de mí misma y con quién lo comparto? ¿Qué es lo que nos atrae tanto teóricamente de la verdad, y prácticamente de la mentira?
¿Será que aspiramos a mostrarnos como somos y al fallar casi grotescamente tenemos la necesidad de saberlo todo y exigir a otros lo que no cumplimos? Cómo nos cuesta admitirnos mortales, humanos, tan imperfectos como somos. O quizás no seamos imperfectos; quién soy yo para sentenciar algo así.

Supongo que la regla fundamental a seguir cuando uno trata con la verdad y la mentira es siempre, pero siempre, saber cuál de las dos se está usando,y no dudarlo ni por un segundo. Si no, uno termina tan traicionado como los demás. Eso es tan fácil...

"El hombre es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras". No recuerdo a quién le estaba atribuida esa frase. Mentiría si arriesgara un nombre. Por eso mismo, concluyo mis pensamientos con una medida espontánea, y, sin mucha reflexión, me separo por un momento de mis silencios -fieles y conocidos compañeros que ya de por sí, si tomo esta frase como real, son míos- y me adueño furtiva, inesperadamente, de mi esclavitud. Es que hoy prefiero decir que ser libre, porque a veces es el no decir el que aprisiona. Al menos, ese es el ideal que me gustaría respetar.


Hay decisiones que hacen a nuestro futuro más incierto, más difícil, más sacrificado que otras, pero, ciertamente, también lo hacen mucho más interesante.

lunes, 8 de marzo de 2010

Calavera no chilla.

No estoy acostumbrada a no poder poner en palabras lo que siento. Es así. La explicación siempre se me da fácilmente; me es familiar. Mi mirada antropológica, como diría Betty, de la vida -y particularmente de mi vida-, me permite elevarme de la situación en la que me vea involucrada y, sencillamente, describirla cual científico en su laboratorio. Me paro a un costado (algunas veces no literalmente, claro) y trato de entender qué está pasando; observo a la gente, la estudio, la leo; registro los detalles y presto atención a la omisiones. Saco conclusiones y trato de deducir las consecuencias que tendrían determinados pensamientos si evolucionaran en acciones. Es simple. Es seguro. Es cómodo. Es lejano a la realidad y al sentimiento en sí. Es racional, inofensivo, armónico. Incluso se puede volver estético.
El único problema que esta forma de... supervivencia parece tener es la facilidad con la que uno puede, a menudo, encontrarse fuera de terreno conocido. ¿Y entonces qué? ¿Qué se hace?
Si estuviera de mejor humor diría algo del estilo de "en esas situaciones, lo que se hace es, finalmente, abandonar esa posición pasiva de limitarse únicamente a pasar la vida como un calendario y empezar a vivir: aventurarse tal vez no sin miedo, pero con decisión ante esta nueva oportunidad de ser uno y no quedarse dentro de esa jaula que creamos para no poder conocernos del todo ni ver dónde podríamos llegar". No es el caso. Me incomoda la incertidumbre. Me incomoda no poder expresarme. ¡Me incomodás! Me incomodás y no tengo manera de controlarlo -cosa que me incomoda aún más, a mí, que nunca pierdo el control- porque... porque no sé por qué.
Porque puedo lidiar con el afecto, la atracción, la confusión, el enojo, la frustración, la fascinación, la decepción, la melancolía, el resentimiento, la admiración, la nada. Puedo lidiar con todo eso, más allá de lo que me genere cada cosa. Puedo lidiar con todo eso porque puedo racionalizarlo y entender de dónde viene y cómo resolverlo. Pero la incomodidad... ¿qué hacés con la incomodidad? ¿cómo dejás de estar incómodo? ¿Y qué hacés cuando sabés qué te incomoda, pero no podés evitarlo?
Vale aclarar que no estoy mal, ni triste, ni angustiada, ni nada de eso. Ni cerca. Simplemente hay tanto que no estoy diciendo y tanto más que no quiero decir, y estás vos, estás vos y no sabés que estás y no sé si yo quiero que sepas. Conclusión: me metí en esto yo solita.

Y claro: Calavera no chilla, pero, y ahora...

¿...Qué hacemos?

Instantánea

No me gusta extrañarte Porque retiembla entero en el cuerpo lo chico que es el mundo restante cuando habito el inmenso espacio entre tu...