jueves, 28 de octubre de 2010

Desde una grieta.

Las palabras, para conseguir que les reconozcan algún valor, tienen que encontrar su lugar. ¿Su lugar en dónde, sería la pregunta? Bueno, he aquí el problema. ¿Su lugar en dónde?
Es por esto que encontramos, creo yo, tan pocas palabras valiosas últimamente; porque nadie sabe adónde deberían ir, ni adónde dejarlas, o en dónde deberían estar...
La meta del escritor sería, supuestamente, encontrar ese determinado espacio para sus palabras en el medio de esta inmensa marea de frases y más frases, de sentimientos que buscan palabras y palabras que buscan sentimiento, o precisión, o sentido, por qué no.
Andaba pensando en esto justamente el otro día, tirando frases al aire, viendo si alguna caía haciéndose un lugar en esa atmósfera tensa que se forma últimamente cuando estamos a solas mi conciencia y yo (venimos discutiendo acaloradamente, temo una separación), o tal vez no en ese mismo momento ni en ese mismo lugar; en un papel, sería maravilloso que las frases que uno le entrega al aire aterricen suavemente en un papel, revisada la calidad y corregida la ortografía.

Yo no sé adónde van mis palabras; no sé adónde deberían ir. No sé si deberían ir, siquiera, porque quizás deberían quedarse, o irse y volver, o irse y quedarse, o irse y quedarse al mismo tiempo. Quién sabe.
Ambivalencia. Esa es mi palabra favorita. Cultismo. Latina. 12 letras (coincidencia nomás). "Estado, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos; como el amor y el odio, ó condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas. Del prefijo ambi, que significa 'a uno y otro lado' y del sufijo valente, que significa 'que posee una determinada valencia'".
La ambivalencia, siempre creí, debe dejar una huella pendular en uno, un surco que con cada vaivén se profundiza. No deja de moverse nunca, no para a preguntarse si su balanceo es el correcto, solo se mueve. Y como llega a ambos extremos, sabe que en algún momento se va a equivocar, pero en otro va a estar orientado correctamente.
Si tan solo me permitiera esperar hasta que el péndulo llegue al otro lado...

Pero no. Yo quiero dos lados correctos. ¿Y por qué no puedo tenerlos? ¿Por qué si uno está bien, el otro tiene que estar mal? La dualidad es sencillísima, pero es tan, tan irreal...

Yo nunca sé para dónde van a irse mis pensamientos, tiene sentido que mis palabras compartan el mismo destino. No sé si quedarán acá, estancadas, no sé si ya estarán viajando; generalmente se hacen un lugar adónde pueden, si no en los otros, en mí -aunque suelo ser una suerte de último recurso-, o se deslizan por las grietas de alguna frase anterior y ajena que las apañe. Y ahí se quedan, quietas y mudas, esperando a que a un aventurero se le ocurra revolver más allá de los clásicos; a que, 170 años después, algún político decida que a su campaña le falta lírica; a que un turista accidental se las lleve a su lugar de origen, lejos, tan lejos como sea posible, donde el ambiente, mágicamente espacioso, tenga lugar para todos.

O por lo menos tenga grietas más amplias.

Instantánea

No me gusta extrañarte Porque retiembla entero en el cuerpo lo chico que es el mundo restante cuando habito el inmenso espacio entre tu...