miércoles, 6 de abril de 2011

Una Quimera.

Estoy soñando. Me doy cuenta enseguida: los personajes cambian de persona, mis personas cambian de cara, sus caras cambian de nombre.
Una mujer rubia, enorme y cincuentona que en mi realidad alternativa es KT Tunstall me espera apoyada contra la pared de un edificio piramidal.
"Llegás tarde." Me dice, incrédula. Le dedico una mirada a la construcción imponente e inmediatamente KT se vuelve KT.
"Siempre llego tarde", le contesto, con el fastidio de una verdad injustificable.
"No," me discute, "nunca llegás tarde."
La miro extrañada. El edificio que dejamos a nuestras espaldas ya no existe, ahora es un descampado, o unas ruinas. Todo está borroso.
"Estoy soñando." Le digo, sin un atisbo de sorpresa en la voz.
"Sí."
"¿Qué hago?"
"Nada, no sé. Qué sé yo."
"Vos sos parte de mi sueño."
"Sí," me contesta Clarisa, "me estás soñando, mi china."
"¿Te puedo controlar?"
Tiene los ojos azules, y un tono sarcástico que no es de ella. "¿Te podés controlar a vos, ciela?"
No lo había pensado. "No sé."
Betty me mira, sonriente, compasiva.
Dudo.
"¿Pruebo?"
"Solo si querés, negri."
Quiero saltar, pienso, y miro hacia arriba.
Nada.
"No, creo que no puedo."
"No importa, tenés tiempo."
"¿Tiempo para qué?"
"Para aprender a saltar..."
"¿Sabés lo que pienso?" le pregunto, indiferente. "¿Sabés lo que quiero, también?"
"No sé qué sé, solo lo sé..." Me dice una chica que no conozco.
Nos miramos sin decir una palabra.
"¿Podrás controlarme vos a mí?" Por primera vez mi voz tiene un tono interesado.
"Veamos..." Dice El Paisa, escondido en el cuerpo de otro, de alguien que nunca vi.
Controlame, pienso.
Nada.
"No, no pienses en eso. Si no, seguís siendo vos a través de mí..."
"No sé cómo hacerlo de otra manera. ¿Tenés conciencia, Paisa? Quiero decir, ¿pensás independientemente de lo que yo piense?"
"Hable bien, Quintero."
"Quinterno." corrijo a la profesora Lavagnino, de Geografía de primer año. "Sí, perdón; no sé qué me pasa, no puedo armar una oración coherente."
"Es su gran tema. Nunca supo expresarse. Por eso debería dedicarse a los números."
"¿Los números? Pero si me vengo llevando matemática desde primero, profesora..."
"¿...Y en qué año está, ahora?"
"...En cuarto. Es la segunda vez que lo repito."
Pienso un momento.
"...No, pará; no estoy en cuarto." empiezo a razonar. "No estoy en cuarto y tampoco repetí."
Mi psicóloga me mira confundida. Está sentada en su sillón de siempre, y en lugar de tomar notas, hace zapping. El televisor va mostrando distintos colores, de a uno y con ritmo constante.
"A mí me parece que todo esto puede ser rastreado en tu infancia."
"¿Qué?"
"Sí. Despreciaste a tu padre, idealizaste a tu madre, olvidaste a tu hermana. Es muy claro."
Estoy sentada frente a ella. El descampado es una plaza llena de chicos que trepan juegos absurdos e imposibles, y a lo lejos se escucha la risa de Romina; va con Padilla paseando a Gandalf -que es un caballo-.
"No sé, me parece que no es tan así." Le contesto distraída. Quiero subirme a los juegos. De repente intento mirarla a los ojos: no tiene.
"Nunca había tenido un sueño aburrido." Digo, ladeando la cabeza. "¿Cómo me despierto?"
"Tendríamos que trabajar estas cuestiones un poco más, ¿no te parece?"
"No. Tengo cosas qué hacer."
"Pero no las vas a hacer."
"No importa."
"¿Te parece que no importa, Mer?" Papá no puede esconder su preocupación; a su lado una nena de unos nueve años me apunta con los ojos, pero no me transmite nada.
"Llego tarde a clase."
"¿Qué te toca hoy?" Pregunta mamá, que está ordenando su biblioteca.
"No me acuerdo..."
"...Bueno." Me dice mi abuelo. Tiene una peluca rubia y es mucho más bajo de lo que realmente fue.
"Bueno."
Salgo de mi casa -de mi baño, en realidad- sin cerrar la puerta. Los edificios son de colores que no reconozco, las calles hacen ochos pequenísimos, solo se ven bicicletas y peatones. Los conozco a todos, a cada uno de ellos. No saludo a nadie. No quiero. Tengo que llegar a un barco, y solo el 42 me deja bien...
Saltá, pienso. Hacé que la calle entera salte, o que todos de repente hagan algo estúpido.
Una señora se pone a bailar con su perro y a cantar en un idioma que, despierta, no identifico, pero en el sueño hablo fluido.
"¡Qué linda canción! Ojalá me acuerde la letra cuando me despierte."
Se da vuelta con un gesto teatral; el perro desapareció sin que me diera cuenta. La señora no abre la boca, cuando habla.
"¡Ay, nena! Con el pelo tan corto no te reconocí."
"Siempre lo llevo corto, abuela."
"Es cierto, es cierto... tendrías que dejar que te crezca."
"Sí."
¿Podré saltar? Quiero saltar, pienso.
"Quiero saltar."
El colectivo para sobre la vereda, el chofer me sonríe. No subo.
"Quiero saltar", le digo.
"Bueno. Saltá."
"Salto."
Salto, pienso, y de repente floto como un panadero, lentamente y sin rumbo, subiendo poco a poco y sin detenerme. Entiendo que ya no voy a bajar nunca, que voy a subir y subir hasta despertar.
Miro hacia abajo y ya no hay rastros de la calle, del descampado, de las ruinas. Todo es blanco. Blanco, vacío y cuadrado, como una habitación cualquiera. Apoyo los pies en el piso. Estoy descalza. El frío me despierta.
Abro los ojos como si nunca me hubiera dormido. La oscuridad, por una vez, me tranquiliza. La gata ronca sonoramente a mis pies, que aún así están helados.
Acomodo la frazada. Bostezo. Entonces noto la respiración intermitente, la terrible taquicardia, el temblor incontrolable de los miembros. Noto el angustioso dolor en el pecho, el anterior ahogo, y el tan reconocible crujido de la mandíbula agarrotada. No tengo dudas de que ahora estoy despierta, ni de que acabo de tener la pesadilla más terrible y ridícula de mi vida.

Parece que mis monstruos toman formas mucho más inofensivas de lo que esperaba. O tal vez reconocen que mis miedos están en las pequeñas cosas reales, y no en los grandes terrores ni en las creaciones impresionantes...

Instantánea

No me gusta extrañarte Porque retiembla entero en el cuerpo lo chico que es el mundo restante cuando habito el inmenso espacio entre tu...